Milei y el nuevo modelo de violencia institucional

El gobierno de Javier Milei ha implantado una estrategia de choque que está redefiniendo la política argentina a través de un triple impacto: shock fiscal, shock verbal y shock de provocaciones.

En menos de un año de gestión, Milei ha dejado claro su objetivo: destruir lo que considera el mayor enemigo del país, el déficit fiscal y la inflación, al tiempo que apunta a desmantelar el “sentido común kirchnerista”. Esta confrontación se está librando en todos los frentes, desde el discurso oficial hasta las acciones simbólicas que sacuden la estructura institucional argentina.

La Argentina de Milei es un escenario de violencia institucional particular, donde las agresiones no se limitan al plano físico, sino que también abarcan lo simbólico y lo económico. Milei no sólo ajusta el gasto público con mano de hierro, sino que también se dedica a provocar, a desafiar los consensos culturales y sociales establecidos desde la posdictadura, especialmente los del kirchnerismo y el progresismo. Su famosa frase, “soy el topo que destruye el Estado desde adentro”, encapsula la filosofía de su gobierno: desmantelar el aparato estatal y enfrentarse sin concesiones a lo que considera las “castas” políticas y sociales.

Un claro ejemplo de esta violencia simbólica fue la reinstauración del “Día de la Raza”, un gesto que desató fuertes críticas por su negación de las culturas preexistentes en América antes de la llegada de los colonizadores. A su vez, la vicepresidenta Victoria Villarruel, con su tuit en X (antes Twitter) celebrando el “Día de la Hispanidad”, también reflejó esa visión revisionista que está en el corazón del mileísmo.

Pero la violencia institucional del gobierno no se detiene en lo simbólico. También se ha trasladado a la arena pública, como lo evidenció el ataque al youtuber libertario Francisco Antúnez durante una manifestación en Plaza Congreso. Aquí, la violencia ya no es solo entre manifestantes y fuerzas de seguridad, sino entre facciones políticas que chocan entre sí, marcando un nuevo capítulo en la escalada de confrontaciones sociales.

Mientras Milei continúa con su “guerra” contra el gasto público y las instituciones que considera innecesarias, su gobierno también ha dejado claro que la prudencia solo tiene un lugar: el frente cambiario. Mientras el dólar permanece bajo control, el resto de las áreas del Estado están sujetas al vendaval de reformas y ajustes que están reconfigurando el paisaje político y social del país.

El cambio de nombre del Centro Cultural Kirchner al Palacio Libertad Domingo Faustino Sarmiento es una de las movidas más emblemáticas de este “revisionismo polarizador”. De un lado, Sarmiento, héroe liberal; del otro, los Kirchner, a quienes Milei acusa de ser los responsables de la decadencia argentina. Esta guerra simbólica es tan importante para el actual gobierno como lo fue para el kirchnerismo en su momento, pero con un enfoque diametralmente opuesto.

La Argentina de Milei no busca consensos. La búsqueda de un punto medio o de acuerdos entre fuerzas políticas distintas es, para su gobierno, un error. En su lugar, se impone una visión del país donde el “pagador de impuestos” es el nuevo sujeto político central, y cualquier gasto público es percibido como un castigo. Así, Milei continúa librando su batalla no solo contra los problemas económicos, sino también contra lo que considera una hegemonía cultural que debe ser destruida a cualquier costo.

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