El reciente ataque terrorista en la capital rusa revela las repercusiones de la participación militar rusa en Siria y el Sahel africano.
En un dramático giro de acontecimientos, Moscú se ve sacudido por el primer atentado terrorista de gravedad en más de una década, perpetrado por el grupo extremista Estado Islámico (EI). Este acto de violencia, que dejó decenas de víctimas mortales, puso de manifiesto las consecuencias directas de la intervención militar rusa en conflictos lejanos, específicamente en Siria y el Sahel africano.
El ataque, que tuvo lugar en las afueras de la capital rusa, se interpretó como una represalia directa por parte del EI contra la participación de Rusia en los conflictos mencionados. Desde el inicio de la guerra en Ucrania hace más de dos años, Rusia ha estado involucrada en diversas operaciones militares en Siria, apoyando al gobierno de Bashar al Asad contra los grupos rebeldes y yihadistas, incluido el propio EI. Esta intervención fue crucial para contener la insurgencia yihadista en Siria, pero también generó tensiones internas al permitir el regreso de combatientes radicalizados a Rusia.
Además, la inestabilidad en el Sahel constribuyeron a la escalada de violencia, con golpes de estado prorrusos en países como Níger, Mali y Burkina Faso. La participación de mercenarios de Wagner, una empresa militar privada con vínculos estrechos con el Kremlin, exacerbó los conflictos en la región, donde tanto el EI como grupos afiliados a Al Qaeda ganaron terreno. En Mali, por ejemplo, el EI controla la región de Menaka y busca establecer un nuevo califato, imponiendo su ideología a través de la violencia y el terror.