El expresidente oscila entre intervenir militarmente o evitar un nuevo conflicto en Medio Oriente.
Donald Trump enfrenta un dilema geopolítico que podría definir su futuro político. La escalada militar entre Israel e Irán lo pone contra las cuerdas: intervenir como aliado estratégico de Tel Aviv o mantenerse al margen y sostener su imagen de “pacificador global”.
El expresidente norteamericano mostró señales contradictorias. Primero, celebró la posibilidad de un acuerdo de paz, y luego advirtió a los iraníes que “huyan para salvar sus vidas”. Incluso abandonó sin explicación la cumbre del G7, en un gesto que incrementó la incertidumbre sobre su postura real.
Mientras tanto, la tensión en Medio Oriente escala sin freno. Israel mantiene su ofensiva aérea sobre Irán, y Teherán acusa a Estados Unidos de complicidad, aunque Trump insiste en que solo brinda defensa. A bordo del Air Force One, sugirió enviar emisarios para negociar, pero más tarde descartó cualquier conversación.
La ambigüedad estratégica afecta su narrativa de campaña. Trump quiere consolidarse como el líder que evitó guerras, pero también como el protector de Israel. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, lo presiona con declaraciones explosivas: aseguró que Irán intentó asesinar a Trump en dos ocasiones, aunque sin pruebas concluyentes.
En este tablero, se suma la división en sus propias filas. Mientras figuras como Mike Pence y Lindsey Graham promueven una intervención directa contra el programa nuclear iraní, otros líderes del movimiento MAGA advierten que una guerra destruiría la base electoral que lo respaldó por no haber iniciado conflictos bélicos.
Trump, en su estilo, lanzó una frase que desnuda su visión: “No se puede hablar de paz si Irán tiene armas nucleares”. Y si bien ha negado enviar tropas, ordenó el despliegue del portaaviones USS Nimitz en la región, acompañado de aviones cisterna, lo que eleva la presión militar.
El trasfondo es claro: solo Estados Unidos posee la GBU-57, la bomba antibúnker capaz de destruir instalaciones subterráneas como la planta de Fordo, joya del desarrollo nuclear iraní. Netanyahu la reclama, Trump la retiene.
En un escenario donde cada palabra puede detonar una guerra, Trump camina sobre el filo de una navaja. Su mayor aliado lo empuja al abismo, sus votantes reclaman cautela y la comunidad internacional exige claridad. Y como tantas veces en su carrera, Trump vuelve a sembrar dudas antes que certezas.