Las imágenes –demasiado crudas para ver la luz– muestran a los cuatro miembros de la familia Seltzer-Leguizamón muertos en distintos ambientes del departamento. La disposición de los cuerpos permite reconstruir un relato escalofriante: dos chicos que intentaron escapar, un padre indefenso y una madre hundida en su propio abismo.
La tarde había avanzado sin sobresaltos en Villa Crespo hasta que, pasado el mediodía, la empleada doméstica empujó la puerta del departamento de Aguirre al 200. Dentro la esperaba el horror: el pequeño Ivo Seltzer (12), tendido en el pasillo con signos de haber corrido por su vida.
La policía llegó minutos después y encontró una escena que ni los detectives más curtidos querrían describir:
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En el comedor, Ian Seltzer (15) yacía con múltiples puñaladas. Había logrado salir de su habitación, herido, pero cayó antes de llegar a la puerta.
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En el dormitorio matrimonial, Adrián Seltzer (54) permanecía en la cama, sin señales de defensa. Tres puntazos al corazón bastaron; la investigación apunta a que estaba dormido o sedado.
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En el baño, sobre el bidet, estaba Laura Leguizamón (46), madre de los chicos y principal sospechosa. Tenía heridas autoinfligidas en el pecho y cortes profundos en las muñecas. La autopsia ya habla de suicidio.
Las imágenes del hallazgo, que llegaron a Noticias Argentinas (NA), son demoledoras. Por respeto, las fotos de los menores quedaron bajo llave digital; los investigadores apenas permiten describirlas.
La hipótesis más sólida combina homicidio vinculado y suicidio. En castellano liso: la madre habría atacado uno por uno a su marido y a sus hijos antes de quitarse la vida. El orden: primero Ian, luego Adrián –aún dormido– y, finalmente, Ivo, que intentó escapar.
La pista psiquiátrica sumó peso cuando la hermana de Laura aportó el historial clínico: tratamiento discontinuo, medicación abandonada y episodios previos de descompensación. Con ese dato, la causa –a cargo del Juzgado Criminal y Correccional porteño de turno– buscan si hubo alertas desoídas.
Los peritos reconstruyen el último día de la familia con las pocas huellas que dejó el departamento: platos sin retirar, un televisor encendido y la cena lista sobre la mesa. Todo quedó congelado en el momento exacto en que, entre la noche del martes y la madrugada del miércoles, la casa se convirtió en carnicería.
El barrio mira las persianas bajas y todavía no encuentra explicación. La policía tampoco. En la mesa de pruebas quedan los celulares, la computadora familiar y un manojo de recetas médicas. De fondo, la pregunta que se repite en los pasillos de Tribunales: ¿pudo alguien haber evitado la tragedia?