Cuando Alberto Rodríguez Saá se calza el traje de caudillo, el libreto se repite como cumbia de acto escolar: golpea el atril, se victimiza, reparte culpas y amenaza a la tribuna.
Esta vez, en San Martín, el presidente del PJ puntano Alberto Rodríguez Saá ensayó una versión recargada: avisó que tiene «listas» (sí, otra vez listas) y que, si alguien se mete con “su gente”, «saltamos todos». Traducción: apriete explícito, al mejor estilo de la vieja guardia.
“¿Dónde está el papel?”: amnesia selectiva y revisionismo exprés
En su monólogo, Alberto intentó lavar culpas históricas. Negó haber echado a su hermano Adolfo del partido –«¿Dónde está el papel?»–, como si la foto del cordón humano que reventó la sede del PJ y dejó afuera a los congresales adolfistas no existiera. Tampoco recordó el cóctel VIP en el hotel Cruz de Piedra (candidatos adentro, opositores afuera) ni la designación unilateral del “Gato” Fernández –operación que terminó en un papelón electoral.
El nuevo enemigo: Maximiliano Frontera
Pero el blanco real de la noche fue el intendente de Villa Mercedes, Maximiliano Frontera. ¿El pecado? Haber cosechado más votos que el aparato albertista en dos elecciones seguidas. El gobernador emérito no perdona la herejía. Según testigos, la bronca llegó al punto de devolver, con chofer y todo, la foto donde posaba sonriente con Frontera y Verónica Bailone. Diplomacia, versión Rodríguez Saá.
Desde entonces, Alberto lo carga en público: se burla de su físico, minimiza las inversiones provinciales en Villa Mercedes (como si hubieran sido actos de beneficencia y no obligaciones de gestión) y le pasa factura por cada voto que perdió.
Al final, el ex gobernador vitalicio desempolvó su clásico discurso épico-peronista: “Somos los que cuidamos a la familia puntana; a Poggi le quedan pocos días”. Su gente aplaudió, las cámaras giraron y el papelito de la lista negra desapareció en un bolsillo.
Hoy, con el recuerdo de viejas cartas –aquella que pedía “castigo ejemplar” a Massera– y nuevas amenazas a la carta, queda flotando una incógnita: ¿cuántos “tuki-tuki” más deberá soportar San Luis antes de jubilar al caudillo?