Mezcla de mitología y de historia, el Adolfo, el hombre que empezó de la nada y transformó un desierto en la provincia mejor administrada del país, aún no tiene el reconocimiento que se merece. Es que, a pesar de todas las críticas justificadas o no, que se le puedan hacer, nadie puede negar que el Adolfo es un prócer.
Claro, es muy difícil reconocer a un prócer cuando se es contemporáneo a él. Pero el Adolfo es la personificación misma del espíritu puntano, un héroe que comenzó un viaje político a muy temprana edad, y que tuvo que inmolarse más de una vez por lo que consideró las mejores decisiones para su pueblo. Debe ser muy duro estar en el lugar de tremenda personalidad.
Nacido un 25 de julio de 1947, con un doble apellido que mezcla en su punto justo la sangre de los Saá revolucionarios del siglo XIX, con la mesura de los herederos de Juan Carlos Rodríguez, y unas gotas de toldería Ranquel, para afianzar mas el amor puro por la tierra de San Luis.
El Adolfo estaba predestinado a ser un político importante. Alguna vez, de su boca salió la dulce anécdota de haber llamado a una tía para contarle que había sido electo gobernador, y escuchar que para ella no era sorpresa, si es descendiente de gobernadores.
Pero su carrera no fue para nada sencilla. La familia Rodríguez Saá venía de una orientación conservadora con el Partido Demócrata Liberal, hasta que él, junto a su hermano, decidieron engrosar las filas del Partido Justicialista. Con solo 24 años, Adolfo volvería a San Luis de sus estudios en Buenos Aires, y se convertiría en el abogado apoderado del Partido Justicialista, en medio de la dictadura Cívico Militar autodenominada “Revolución Argentina”. Había que tener coraje para meterse en la política con un peronismo que apenas estaba saliendo de la proscripción.
Pero así, con la llegada de la democracia, y no sin muchas peleas donde mostró los dientes y se forjó una fuerte espalda política, Adolfo llegaría a la gobernación de San Luis ganándole al radical Carlos Zavala, y con una gran hazaña de vencer cualquier tipo de fraude que pudiera hacerse en campo de mayo, donde eran llevadas las urnas electorales. De allí, la leyenda. San Luis pasaría de ser un desierto árido (según los manuales escolares de la época) a la tierra prometida del trabajo en fábricas para todos, y los planes de viviendas de 60 pesos mensuales.
Cinco períodos consecutivos como gobernador, y el comienzo de la marca San Luis como ejemplo de administración pública, le llevaron a sufrir muchos desplantes y hasta un extraño operativo en los ´90, probablemente urdido por el gobierno nacional, para secuestrarlo y bajar su imagen popular. Aquella vez, sería el mismo Menem quien le soltaría la mano.
Sin embargo, nada evitó que la idoneidad hiciera que la asamblea legislativa encargada de poner al sucesor de De La Rua en el 2001, lo considerara el político mas importante para ejercer la presidencia de la Nación. Cuenta la leyenda que Adolfo, sabiendo lo que podía pasar, antes de aceptar tomó su teléfono y blindó administrativamente su San Luis. Primero la provincia debía estar segura, luego de eso, iría por el país.
Pocos saben que cuanto decidió declarar el Default, y dejar de pagar la deuda odiosa que nos desangraba, Adolfo ya había mandado a uno de sus hombres de confianza acordar la acción con el presidente Bush hijo, a quien había visitado alguna vez en su rancho de Texas. Eran demasiadas las cosas buenas que Adolfo podía lograr. Los gobernadores tenían terror de que se perpetuara como presidente, y lo dejaron solo. La seguridad presidencial le legó a decir que no podían garantizar su seguridad. Adolfo tuvo que dimitir. Quizás el país habría sido otro si hubieran sido mas de 7 días.
Con los años vino la pelea con su hermano Alberto, su sombra, quien aparentemente no quiso relegar la trascendencia, y prefirió ir destruyendo el legado de Adolfo con acciones como cambiar la casa de gobierno, dejar de utilizar la residencia de los gobernadores (un edificio de acuerdos históricos para la provincia). De a poco había que borrar la historia que escribió Adolfo.
Hoy, Adolfo se mantiene bastante en silencio. Lejos quedó aquella epopeya del 71,72% de sus votos de 1995. O aquella otra vez que, habiendo perdido por 20 puntos en las PASO, remontó en cuarenta días de campaña para ganar por 13 puntos, y tener una elección digna de estudios sociopolíticos.
Luego de haber sido proscripto de su querido partido justicialista, y de sufrir resquebrajamientos en su partido actual, el Adolfo no deja de ser ese héroe que dio paso al San Luis que hoy tenemos. Un político que hay que cuidar, y del que hay que aprender. Un político bien nuestro, incluso para los que no compartan su ideología, o los que en algún momento se pelean y se alejan de él. El Adolfo es patrimonio cultural de nuestra provincia.