Poggi sacude el tablero político y expone la crisis interna del radicalismo puntano auspiciada por Rodríguez Saá.
Por Santiago Altamirano
Cuando la política se convierte en ajedrez, cada movimiento cuenta, y Claudio Poggi lo sabe. El gobernador de San Luis reaccionó con fuerza al desplante de dos diputados radicales, Ivana Ricca y Ricardo Jiménez, quienes se abstuvieron en la votación clave para implementar la Boleta Única de Papel (BUP). La respuesta fue fulminante: pidió la renuncia de todos los funcionarios del Ministerio de Turismo y Cultura, incluido el ministro Juan Manuel Rigau, cuya salida ya estaba en marcha.
El golpe no solo reconfigura el tablero, sino que pone bajo escrutinio al radicalismo puntano, que atraviesa un delicado equilibrio interno. Oficialmente conducido por el intendente de Villa de Merlo, Juan Álvarez Pinto, la UCR enfrenta tensiones internas que la están llevando al límite. Por un lado, está el sector liderado por Álvarez, alineado con Poggi y comprometido con el histórico acuerdo entre la UCR y Avanzar. Por el otro, se encuentra la facción encabezada por Walter Ceballos, un dirigente radical que durante años fue funcional a los intereses de los hermanos Rodríguez Saá.
El accionar de Ceballos y su grupo—una especie de “quinta columna” dentro del radicalismo—parece haber alcanzado un nuevo nivel. Las abstenciones de Ricca y Jiménez no fueron casualidad; fueron un golpe deliberado al corazón de la coalición que sostiene a Poggi en el poder. Al desafiar públicamente una política central del Ejecutivo, como lo es la BUP, pusieron en riesgo no solo la gobernabilidad, sino también la credibilidad del proyecto político que pretende diferenciarse de las viejas prácticas del poder en San Luis.
El trasfondo es evidente: el ala disidente de la UCR busca fracturar la coalición para debilitar a Poggi. La estrategia no es nueva; durante años, este sector radical jugó un rol ambiguo, navegando entre la oposición y la funcionalidad al poder de los Rodríguez Saá. Sin embargo, el contexto actual es distinto: Poggi ya no está dispuesto a tolerar fisuras en su equipo.
El gobernador lo dejó claro al intervenir directamente en el Ministerio de Turismo y Cultura. La designación interina de Romina Carbonell, una dirigente de su máxima confianza, marca el fin de la influencia radical en esa cartera. Más allá de los nombres, el mensaje es contundente: en el gobierno de Poggi no hay lugar para traiciones ni dobles lealtades.
El desafío ahora recae sobre la UCR y, particularmente, sobre Álvarez Pinto. Como presidente del partido, enfrenta la tarea titánica de contener a un radicalismo fragmentado y golpeado. Para el intendente de Merlo, el costo político de esta crisis puede ser enorme, ya que varios de sus funcionarios promovidos a nivel provincial ahora ven en peligro su continuidad.
La pregunta que queda flotando es si Poggi buscará cerrar definitivamente las puertas al radicalismo en su gabinete. Lo cierto es que la crisis ha puesto al descubierto las profundas divisiones dentro de la UCR y su vulnerabilidad ante las maniobras de sectores que actúan más por intereses personales que por un proyecto común.
En el juego del poder, Poggi ha movido sus fichas con precisión quirúrgica. Ahora le toca a la UCR decidir si reordena su tablero o si sigue jugando al borde del abismo. La coalición está en jaque, y el tiempo corre.