El peronismo se enfrenta a una tormenta perfecta: derrotas históricas, internas irreconciliables y liderazgos agotados. En San Luis, la caída del clan Rodríguez Saá marca el fin de una era, mientras en otras provincias la crisis se profundiza. ¿Es este el principio del ocaso del PJ?
El peronismo atraviesa una crisis que no necesita interpretación: es un colapso que se siente en las urnas y se ve en las calles. Desde San Luis hasta Jujuy, las derrotas se acumulan y exponen las miserias de una fuerza política que no sabe si quiere ser gobierno o si solo aspira a conservar las ruinas de su pasado.
Las derrotas de este “súper domingo” electoral son apenas el eco de un fracaso que se cocina hace años. En San Luis, la caída del clan Rodríguez Saá es una estampa histórica: un feudo peronista que parecía eterno, pero que terminó reducido a cenizas por la soberbia, el internismo y la falta de renovación. Lo que fue un modelo de poder absoluto hoy es una metáfora del ocaso peronista.
La caída de un imperio: el fin de los Rodríguez Saá en San Luis
San Luis era el bastión inexpugnable del peronismo. Un feudo que respondía a un apellido: Rodríguez Saá. Pero esa hegemonía terminó hecha trizas. La derrota no fue solo un cambio de gobierno, fue un derrumbe. Los eternos caudillos que se repartían el poder se quedaron sin pueblo.
La falta de renovación política, el internismo feroz y la desconexión con la gente convirtieron al peronismo puntano en una máquina oxidada que ya no puede ofrecer nada. Ni candidatos, ni proyectos, ni ideas. Los Rodríguez Saá, que se creían dueños de la provincia, hoy son apenas el símbolo de un poder que se extinguió.
Y mientras el clan se desmorona, los electores giran la cara y se inclinan por opciones que alguna vez parecían impensadas. El mensaje es claro: el peronismo ya no es sinónimo de esperanza, sino de decadencia.
Intervenciones y traiciones: el peronismo se devora a sí mismo
Pero San Luis no es la única provincia que se ha convertido en una tumba para el peronismo. En Jujuy, el Partido Justicialista fue intervenido durante la gestión de Alberto Fernández. En Salta, la intervención impulsada por Cristina Kirchner desató un caos que fragmentó al espacio y le entregó la capital a La Libertad Avanza.
El gobernador Gustavo Sáenz, furioso, resumió la debacle en una frase lapidaria: “Se comieron la curva. No se dieron cuenta de que estaban interviniendo el partido dos meses antes de la elección”. Una confesión brutal que deja al descubierto la torpeza de la conducción nacional.
En Chaco, la historia fue la misma: Jorge Capitanich, un peso pesado del peronismo, quedó relegado al segundo lugar, mientras la lista que responde a Magda Ayala, vicepresidenta del PJ chaqueño, ocupó el tercer puesto. Otro episodio que refleja la incapacidad del justicialismo para unirse, incluso frente a la derrota.
El peronismo ya no tiene plan, solo peleas
Lo que ocurre en las provincias es apenas un reflejo de la guerra civil interna que consume al peronismo a nivel nacional. En La Pampa, el intendente de Santa Rosa, Luciano Di Napoli, renunció al PJ tras ver cómo la Junta Electoral le volteaba su lista. En Santa Fe, las diferencias son irreconciliables.
En la provincia de Buenos Aires, La Cámpora y el kicillofismo se miran con recelo, como dos facciones que se necesitan, pero que nunca se soportaron. El acuerdo de último minuto para las elecciones solo disfraza una realidad incómoda: el PJ bonaerense está dividido, pero demasiado asustado para admitirlo.
Sin líderes, sin unidad y sin futuro
El peronismo está atrapado en un laberinto que él mismo construyó. La soberbia de Cristina Kirchner, las traiciones de los caudillos locales y la falta de renovación política han dejado a la fuerza como un espectro vacío que solo puede ofrecer peleas internas y derrotas.
¿Qué queda del peronismo? En San Luis, una dinastía caída. En Jujuy, una intervención que provocó un desastre. En Salta, un espacio fragmentado. En Chaco, una derrota que se pudo haber evitado. En Buenos Aires, una guerra fría entre La Cámpora y Kicillof.
Mientras tanto, en las calles y en las urnas, la gente le da la espalda. Porque el peronismo se convirtió en aquello que juró combatir: un poder que se niega a morir, pero que ya no tiene nada para ofrecer.